El misticismo en Silencio:*
la vía del martirio blanco**
Jazmín Velasco Casas***
Recepción: 10 de abril de 2025
* Shūsaku Endō, Silencio, Edhasa, Barcelona, 2022. Traducción de Jesús Fernández y José Vara.
** Irma Jazmín Velasco Casas, “El misticismo en Silencio”, ponencia presentada en el xl Congreso de Religión, Sociedad y Política/xvi Simposio Internacional, Universidad del Valle de Atemajac, Guadalajara, 24 de octubre de 2024.
*** Doctora en Psicoanálisis por la Universidad Intercontinental de México. Profesora del iteso y de la univa. jazmin.velasco@iteso.mx
Como el único equipaje que llevamos
al Japón es el de nuestro corazón,
estamos preparando el corazón a fondo.
—Shūsaku Endō1
Mi interés por la obra Silencio surgió cuando vi la película de Martin Scorsese2 en 2017. Su fotografía, ritmo, construcción de personajes y actuaciones me cautivaron, y me han invitado a regresar a ella para encontrar en cada ocasión distintos caminos de interpretación. Sin embargo, no fue sino hasta el año pasado cuando leí la novela homónima de Shūsaku Endō, publicada en 1966, en la cual el cineasta se basó para la adaptación. No hay duda de que ambas expresiones artísticas, cine y literatura, nos transmiten múltiples capas de la experiencia humana; pero, en mi caso, es la palabra, la literatura, la que me permitió comprender mejor la experiencia mística de los sacerdotes jesuitas que protagonizan la historia.
La narración se concentra en hechos históricos ocurridos en Japón en el siglo xvii, cuando Portugal enviaba sacerdotes jesuitas para continuar el proceso de evangelización iniciado por Francisco Javier en 1549. El shogunato de la época consideraba que la moral cristiana no compaginaba con su régimen feudal, por lo que fue un periodo de violentas persecuciones y torturas contra los cristianos.
Endō, a través de un narrador en tercera persona, informes, cartas y diarios de su protagonista, el padre Sebastián Rodrigo, nos muestra la vida de tres sacerdotes que se embarcan en un viaje de Lisboa a Tomogi en busca de Cristóbal Ferreira, su maestro desaparecido, del cual se rumora en el Vaticano que ha apostatado.
En un inicio, Sebastián Rodrigo, Francisco Garpe y Juan de Santa Marta emprenden la travesía, no obstante, este último fallece muy pronto a causa de la malaria. Cuando desembarcan clandestinamente en Tomogi son recibidos por algunas familias cristianas que los ocultan en una cabaña a cambio de que les administren sacramentos y les oficien misas en la madrugada. Estos campesinos nada saben de su mentor, Ferreira, así que los jesuitas deciden separarse para ir a investigar a poblados colindantes.
La presencia de los padres en esas comunidades fue descubierta por los oficiales samurái, por lo que varios fieles sufrieron castigos físicos o murieron. Sus vidas eran perdonadas si pisaban imágenes cristianas o escupían sobre ellas, pero la mayoría prefirió no hacerlo. El suitaku era la tortura común, los reos eran atados a postes clavados en el mar y esperaban a que la marea les subiera hasta los muslos, agotándolos durante un lapso de siete días. Otro martirio3 era el tormento de la fosa, que consistía en enrollar en esteras a las personas para inmovilizarles manos y pies, colgarlas luego cabeza abajo sobre una fosa y abrirles un orificio detrás de la oreja para que se desangraran lentamente.
Rodrigo, forzado a presenciar repetidas escenas como éstas, reflexionaba: “A veces no entiendo por qué Dios habrá dado a estos cristianos semejantes penalidades… Dios se queda en silencio como el mar. Dios también se obstina en su silencio. El mayor pecado contra Dios es la desesperación, lo sé muy bien; pero no me explico por qué Dios se queda en silencio”.4
Rodrigo se entera de que Garpe se ha negado a apostatar, y poco tiempo después lo observa morir ahogado en el mar al tratar de salvar a un grupo de fieles. Este suceso lo trastoca y lo hace sentir aún más solo en su misión. Endō describe así su dolor: “Soñaba en secreto con que el cansancio de cuerpo y alma que tenía le trajera pronto la muerte. Surgía detrás de sus párpados como un fantasma la cabeza de Garpe hundiéndose en el mar. Cuánto lo envidiaba, libre ya de todo sufrimiento…”.5
El señor Inoue, gobernador del shogunato, entabla varios diálogos con Rodrigo para persuadirlo de que renunciara a su fe y aceptara trabajar para él como traductor de astronomía y medicina, tal como lo había hecho el padre Ferreira. Rodrigo persiste en su rechazo, aun cuando ello significa ser testigo del continuo tormento infligido a los cristianos vinculados con él. Pasan las semanas y, como parte de su proceso de martirio, es conducido a Nagasaki para encontrarse con Ferreira, quien viste un quimono negro japonés, se peina el cabello a la usanza del país y ahora se llama Sawano Chūan, además, se ha casado. En presencia de Inoue los sacerdotes conversan detenidamente, y Ferreira le revela que, después de su experiencia como misionero, llegó a la dolorosa conclusión de que la fe cristiana no echa raíces en Japón, territorio que compara con una ciénaga, de lo que pronto se dará cuenta. Y es en esa charla cargada de desilusión, enojo y asombro, cuando su maestro le ofrece una última lección:
Usted mira más por sí mismo que por ellos. Por lo menos, le importa más su propia salvación que la de ellos. Si usted dice una palabra: «apostato», a esos hombres los retiran de la fosa, se termina su agonía. “Pero ¿es eso practicar el amor? El sacerdote dice que quiere vivir imitando a Cristo. Pues si Cristo estuviera aquí…Yo apostaté porque después del martirio me trajeron aquí y escuché los gemidos de esa pobre gente y Dios no hizo nada por ellos. Le recé a Dios como un desesperado, pero Dios no hizo nada por ellos […] Cristo apostataría. Lo haría por amor. Anulándose totalmente a sí mismo. […] Vas a dar la mayor prueba de amor que nadie haya dado jamás… Los jerarcas de la iglesia te condenarán. Lo mismo que me han condenado a mí, a ti también te perseguirán. Pero hay cosas mayores que la iglesia, mayores que la misión, lo que tú vas a hacer ahora…”.6
Ferreira le enseñó que, más allá de ser un mártir sacrificado corporalmente por su fe, sería un mártir que no muere por su fe, sino que se dona totalmente en cuerpo y tareas intelectuales, mas no en espíritu. Rodrigo apostató, se le asignó una esposa y comenzó con sus labores, las cuales duraron alrededor de veinte años. Ambos sacerdotes murieron en Japón desempeñándose como traductores e identificando artículos cristianos de contrabando en las mercancías importadas. La novela nos describe de forma sublime cómo, en su interioridad, ambos seguían siendo profundamente cristianos, y que, para llegar a ese amor, todo lo sucedido había sido necesario. Y aunque aquellos hombres tuvieron que callar y quedar en silencio, fue en su vida interior donde hablaron con Dios.
En Silencio podemos darnos cuenta de los tormentos corporales —el martirio rojo—, siendo el rechazo de la apostasía el signo más claro de la determinación del mártir. No obstante, Ferreira y Rodrigo, maestro y discípulo, son otro tipo de mártires; ambos fueron prisioneros y fueron expuestos a cierto tormento físico, pero no murieron a causa de él. Su sacrificio fue espiritual, conocido también como martirio blanco.
Teresa Guardans comenta que la tradición mística cristiana nos revela que la experiencia de Dios es básicamente dejar de atender a un “sí mismo”, a un ego, vaciarse de sí para empezar a prestar una atención silenciosa al otro, cuya presencia y comunicación nos transforma, nos “hiere”, nos “marca” para bien.7 Lo que vivieron Ferreira y Rodrigo fue justo este proceso de vaciamiento y donación. Se vaciaron de su identidad yoica y cristiana —al menos ante los japoneses—, así como de su propio dios. Incluso se despojaron de su misión evangelizadora, y de lo que ellos consideraban era la voluntad divina. En otras palabras, se asumieron como sujetos des–sujetados a su tradición religiosa y también como extranjeros, no solamente de patria, sino de fe, disponiéndose a entregarse de manera total para consumirse sin resguardos, en silencio. Éste es el núcleo del martirio blanco, un desasimiento donde ambos cobraron distancia interior, lograron serenidad y apaciguamiento con los nuevos roles que les asignaron. Se comprometieron con no querer, con olvidarse de sí mismos, mas no de su Dios, aunque la realidad fuera rotundamente silenciosa.
Las dos versiones de esta historia, la escrita y la filmada, nos brindan la oportunidad de conocer y comprender la experiencia mística, no sólo la del martirio rojo, sino, principalmente, la del martirio espiritual. Nos acerca al complejo proceso de vaciamiento y donación, y al forjamiento de una actitud de apertura, esperanza y resiliencia, resultado de atravesar una situación marginal, de extraviarse y encontrarse con los otros, así como de practicar el silencio.
Fuentes documentales
Blanco Perales, José, La imagen del martirio japonés en el periodo Namban: el cuadro del Gesù representando el gran martirio de Nagasaki y su función en la propaganda jesuítica de la misión, tesis de Doctorado en Historia del Arte y Musicología realizada en la Universidad de Oviedo, Oviedo, 2019.
Endō, Shūsaku, Silencio, Edhasa, Barcelona, 2022. Traducción de Jesús Fernández y José Vara.
Guardans, Teresa, La verdad del silencio. Por los caminos del asombro, Herder, Barcelona, 2009.
Scorsese, Martin, Silence (película), De Fina, Barbara, Emmett, Randall, Cecchi Gori, Vittorio et al. (productores), Paramount Pictures, Estados Unidos/Japón/Taiwán/México, 2016 (color, 161 min.).
1. Shūsaku Endō, Silencio, p.16.
2. Martin Scorsese, Silence (película), Barbara De Fina, Randall Emmett, Vittorio Cecchi Gori et al. (productores), Paramount Pictures, Estados Unidos/Japón/Taiwán/México, 2016 (color, 161 min.).
3. La palabra “mártir”, según la Real Academia Española, se refiere a una persona que padece muerte en defensa de su religión. Por su etimología, “mártir” viene del griego μάρτυς, “testigo”, “dar testimonio” o “aportar pruebas o evidencias”. Si algo coincide en todas las acepciones del término, es la concepción del sufrimiento, pero no necesariamente un sufrimiento físico o carnal. No fue sino hasta el Medioevo cuando el énfasis en la tortura corporal se refuerza. José Blanco Perales, La imagen del martirio japonés en el periodo Namban: el cuadro del Gesù representando el gran martirio de Nagasaki y su función en la propaganda jesuítica de la misión, tesis de Doctorado en Historia del Arte y Musicología realizada en la Universidad de Oviedo, Oviedo, 2019, p. 348.
4. Shūsaku Endō, Silencio, p. 45.
5. Ibidem, p. 232.
6. Ibidem, pp. 253–255.
7. Teresa Guardans, La verdad del silencio. Por los caminos del asombro, Herder, Barcelona, 2009, p. 70.