Reconfigurar la vida que nos engendra. Una lectura de la filiación desde la fenomenología de la donación
Bernardita Linares
Resumen: Se expondrá una indagación fenomenológica de la llegada a la vida a partir de la figura de la filiación. En un primer momento, se analizarán dos aspectos que Jean–Luc Marion le otorga a la vida y su relación con el nacimiento. Luego, se abordará el llamado que la madre experimenta al encontrar en su carne una vida que pide ser recibida. En tercer lugar, se profundizará en el mismo llamado que se actualiza en la experiencia de la vida, una vida que implora ser acogida a cada instante. Por último, la reflexión culminará con la figura de la filiación en tanto “don sin retorno”, a partir de la cual se podrá dilucidar aquello que se plantea como hipótesis: el nacimiento no sólo es un hecho biológico, sino que tiene la potencialidad de inaugurar en cada instante esta vida que nos descubre y se descubre siendo hijos.
Palabras clave: vida, nacimiento, filiación, recepción, don.
Abstract. A phenomenological inquiry into the arrival to life from the figure of filiation will be presented. First, we will analyze two aspects that Jean–Luc Marion recognizes in life and its relationship with birth. Then, it will deepen the call that the mother experiences when she finds in her flesh a life that asks to be received will be addressed. Thirdly, it will deepen the same call that is actualized in the experience of life, a life that implores to be welcomed at every moment. Finally, the reflection will culminate with the figure of filiation as a “gift of no return”, from which the hypothesis can be elucidated: birth is not only a biological fact, but also has the potential to inaugurate at every moment this life that discovers us and discovers itself as children.
Keywords: life, birth, filiation, receive, gift.
Dados a luz
Carla Canullo, en su libro Ser madre. Reflexiones de una joven filósofa,1 comienza definiendo el término “vida” como aquello que remite a todo cuanto pertenece a la esfera del bios, a nuestra pertenencia al reino de los seres vivos. La vida alude a un dato biológico que nos identifica, ya que nos encontramos ante una realidad física, ante una carnalidad que nos individualiza y nos hace reconocibles. En este sentido, “nos caracteriza formar parte de un cuerpo, de la ‘naturaleza’, de un ambiente que hace posible que vivamos”. 2 Se trata, por tanto, de un cuerpo que es “dado a luz” porque nos pone delante del resplandor de la vida a la que llegamos. Canullo encuentra en tal expresión un sentido más profundo: ésta no sólo indica la acción mediante la cual la madre trae un hijo al mundo, sino que, al mismo tiempo, expresa que un hijo llega al mundo con su propia carne.3 Entonces, nuestro cuerpo es dado a luz en el momento que llegamos a la vida con nuestra propia carne.
De esta manera llegamos a la vida: a través de la respuesta de nuestra madre, quien frente a la vulnerabilidad con la cual solicitamos ser recibidos ha decidido darnos morada en su vientre, en su carne, hasta ver la luz. En este sentido, llegar a la vida implica necesariamente ser recibido ya que, desde el comienzo, nuestra existencia está al amparo de otro. Somos dados a luz, nacemos a la luz porque otro ha respondido por nosotros, ante nosotros.
Por la respuesta de nuestra madre llegamos a una vida que, aunque signifique para nuestro nacimiento luz, “brilla por su misma inaprehensibilidad”.4 He aquí la primera de las dos paradojas que Jean–Luc Marion presenta sobre la vida en su texto La vida, eso que nunca se posee.5 Dice Marion:
Mientras que todo en el mundo se abre a nosotros como un fenómeno visible más, porque allí vivimos, la vida, que vuelve todo posible, no se nos aparece en este mismo mundo. En un sentido, el mundo se abre en la vida, pero la vida no se encuentra en ningún lugar del mundo.6
De la luz, que significa la vida, sólo recibimos su resplandor. Esto puede comprenderse más claramente en el caso de los vivientes: la vida está en cada uno, pero no se ve en ninguna parte: “el ente da testimonio de la vida, pero no la manifiesta”.7
Sin embargo, hablar de la vida desde su ausencia, desde su inaprehensibilidad, advierte Marion, supone encontrarnos ya en ella, pues “aunque nunca la aprehendamos, ella nos aprehende desde el comienzo”.8 Porque nos encontramos en la vida podemos buscarla, encontrarla, concebirla, sorprendernos. Dicho en palabras del autor: “nadie habla si no ha nacido”.9 De aquí se sigue la segunda paradoja:
Nadie vivencia haber nacido sin además vivenciar que no nació de sí mismo, sino que, mediante un nacimiento del que no tiene conciencia de haberlo vivido, que no conoce personalmente, se encuentra desde el comienzo ya arrojado en la vida, en una vida que siempre lo precedió.10
Llegamos a la vida, vemos la luz en el momento del nacimiento, aunque no tenemos ningún recuerdo ni la menor conciencia de ello. Nuestro nacimiento ocurre antes de nosotros y sin nosotros, por lo que nos queda confiar en aquellos datos administrativos que lo confirman y en los testigos que lo han visto, que nos han visto nacer y han observado nuestros primeros gestos al momento de crecer.
Ahora bien, esto pone de manifiesto otra cuestión: no sólo no recordamos haber nacido, sino que no lo hemos decidido. Otros han respondido por nosotros nuestra llamada a la existencia. Existencia que no hemos decidido ni provocado. En este sentido, afirma Marion, “permanezco excluido de mi origen, de mi propio comienzo, tan inaccesible, imprevisible e irrepresentable”.11 De estas dos paradojas, que señalan la vida y el propio nacimiento, se deducen, a mi entender, dos aspectos de la vida que el mismo autor menciona: “una vida desconocida y recibida”.12
Una vida desconocida y recibida
Nacer implica, para Marion, no solamente no ser por mí ni ser causa de mí mismo, sino sobre todo advenir cómo y por un acontecimiento que ocurre sin mí, sin mi conciencia, sin que sepa de éste.13 Llegamos a la vida, por tanto, desde otro lugar anterior a nosotros. Poco importa, tal como afirma el autor, lo que sea aquel lugar: azar, materia, padres, destino o Dios.14 Lo que interesa aquí es que éste no proviene de mí, sino que yo provengo de él. Un “lugar” desconocido en tanto que inmemorial a nosotros mismos. Esto pone de manifiesto que la vida no es desconocida solamente por haber perdido la conciencia de nuestro nacimiento —como indicaba la última paradoja—, sino porque ella ya nos aprehende desde el principio como eso “otro”, siempre más allá, por lo que llegamos a la vida y hacia lo cual nuestra existencia está dirigida. En palabras de Marion, “vivir significa que, porque nazco, no existo por mí mismo”.15
En efecto, llegar desde este “otro lugar anterior a mí”, desconocido, sin luz, implica ser recibido, pues al no existir por nosotros mismos y, por tanto, al no llegar a la vida por nosotros mismos, necesitamos que alguien nos hospede, nos reciba. El verbo recibir, que supone una acción, viene del latín recipere, compuesto por el prefijo re–, que hace referencia a un “hacia atrás”, como “repetición”, “reproducción”, “reiteración”, “resurrección”. Y, luego, por el verbo capere (caber), que significa “tomar”, “contener”. En este sentido, recibir supone tomar algo —alguien— que viene desde atrás, desde “otro lugar”. Recibir es aceptar, tomar algo —alguien— que ha sido enviado. Siguiendo el hilo conductor de nuestro planteamiento, alguien enviado desde “ese otro lugar anterior” que porque no nace desde sí mismo y no puede existir por sí mismo, necesita de otros que lo “tomen”, lo “contengan”, para que la llamada que significa la llegada de su vida pueda ser respondida. Pero ¿quién debe responder? ¿quién se encuentra interpelado frente a tal llamado? En primer lugar, la madre, en quien, en términos de Canullo, nuestra existencia se “encarna”.16
El hijo llega a la vida de los padres con su fragilidad y vulnerabilidad, ya que su vida depende de la respuesta que éstos darán. En términos de Lévinas, podríamos decir que el hijo solicita encontrarse “a la merced del sí o del no de aquel que lo recibe”.17 Éste golpea la puerta de sus padres y espera que le abran, tal como lo hacen el extranjero y el mendigo.18 Tal solicitud pone de manifiesto que, desde el origen, nuestra existencia está ligada a la libertad de otro, pues en esta espera del hijo por ser recibido acontece en sus padres la interpelación, el llamado. Esta exigencia de respuesta que trae consigo el hijo afirma lo que desarrollamos anteriormente: el hijo adviene, su existencia no depende de él mismo, y ahora vemos que tampoco depende completamente de sus padres, pues si así fuera no sería preciso responder.
Aunque acabamos de mencionar la figura de los padres —que en términos de Marion serían los amantes—, el hijo que llega y solicita ser recibido se anuncia con su propia existencia, con su propia carne, en primer lugar y ante todo, en la vida de la madre, en su carne, quien comienza a vivirla y sentirla distinta: “casi como si el cuerpo (huesos, músculos, nervios, piel…) hubiera ‘tomado vida’ [...] una vida que ya no es la misma aunque nada se ve o se aprecia en el cuerpo que los demás contemplan”.19 Es la madre la primera persona que se sorprende por el hijo que ha llegado, pues acontece de manera inaugural en su cuerpo, en su carne, tomándola e interpelándola: “La vida que nos sorprende nos es dada y donada porque, desde el momento en que se anuncia, la vemos ‘en acto’ en nosotras, aunque no seamos nosotras quienes hayamos decidido que sea”.20 Llegamos a la vida a través de la respuesta de nuestra madre, quien incluso, antes que nuestro padre, ha respondido y nos ha dado morada en su vientre, proporcionado con su cuerpo, con su carne, todo lo necesario hasta el momento de nuestro nacimiento.
Por tanto, estos dos aspectos que Marion le atribuye a la vida —desconocida en tanto que me fue dada y dada desde otra parte; recibida como don, no por mí sino por otro— se manifiestan en la experiencia de filiación, tal como lo hemos descrito.
Filiación: “El don sin retorno”
Carla Canullo, en su texto Le secret de la naissance,21 define la filiación como el vínculo por el cual la vida toma su forma. Tal definición retoma la etimología del verbo “nacer”, ya que posee en griego y en latín una forma media (gignomai y nascor), es decir, una forma pasiva con un sentido activo.22 A través de este nuevo significado, afirma Canullo, se manifiesta una forma media que, en primer lugar, “da forma” a la vida, poniéndola así “en forma”.23 En este sentido, podemos afirmar que la vida que llega desde aquel “otro lugar” —sin forma, sin nombre, sin luz— toma forma, puede ser nombrada, dada a luz, cuando es recibida en el vientre de una madre. Sin embargo, advierte Canullo:
Esta primera “puesta en forma”, para nosotros, debe ser redescubierta siempre, porque a medida que se extiende progresivamente y se objetiva, la vida pierde la conciencia de la primera puesta en forma que proviene del hecho de que estamos vivos porque entramos en la vida gracias y por un vínculo que nos conecta con la vida —un vínculo que no es visible como lo son los de algunos seres naturales, y que, sin embargo, “es”.24
Luego de nuestra primera “puesta en forma”, de nuestro nacimiento, de haber sido dados a la luz, es preciso “dar forma”, volver a descubrir, redescubrir el acontecimiento que significó llegar a la vida. El sí afirmativo de nuestra madre frente a la fragilidad con la que llegamos a pedir morada, donde nuestra vida comenzó a “tomar forma” en su vientre, debe siempre ser recordado como el hecho que permitió que entremos a la vida y permanezcamos para siempre unida a ella, como el acontecimiento por el cual nuestra vida fue “puesta en forma”. En este sentido, como mencionamos anteriormente, nuestra primera experiencia de la vida, aunque no seamos conscientes de ello, es la de ser hijos, ya que, tal como afirma Canullo, por la filiación nos encontramos unidos a la vida.25 Y es, precisamente, desde esta experiencia desde la cual la vida implora volver a ser re–descubierta, desde donde debe volver a “tomar forma”. Pero ¿qué debemos descubrir de la vida? ¿qué nos permite descubrir la experiencia de filiación sobre ella? Que no la poseemos. Y porque no la poseemos, tampoco podemos entregarla, porque se da sin devolución posible.
Así lo explica Marion: “el niño nunca les devolverá a los padres la vida que recibió de ellos. Y si él mismo la da por su cuenta, la dará a un nuevo niño, que tampoco se la devolverá, así como él no se la devolvió a sus propios padres”.26 Resulta paradójico, por tanto, decir que cuando los padres “traen” un hijo al mundo, éstos le han dado la vida, porque no le dan la vida al niño directamente, sino de manera indirecta: recibiéndola. La vida llega al niño por los padres, no desde los padres, ya que, así como el niño recibe la vida desde sus padres, ellos la recibieron de los suyos: “la vida que se da, no se da de vuelta a quien se la da”.27 Por lo que, los padres, al recibir un hijo, no le dan la vida, sino que la reciben desde otra parte. Y “el niño nunca devolverá su vida ni la vida de sus padres, que morirán”.28
A su vez, Marion se pregunta si este “don sin retorno”29 se da a pérdida. A lo que responde de manera negativa, ya que “cada vida se da a otro distinto que su donador, a un prójimo; y no se da al prójimo más que para darle otra vida, absolutamente nueva e inaugural, que dará a otro prójimo, una vez más sin regreso”.30 En este sentido, podríamos entender la filiación como modalidad a través de la cual la vida continúa dándose y recibiéndose en el mundo, pues como lo confirma el autor: “la vida sólo permanece incrementando en otra vida, dándola y dando la vida”.31
Sin embargo, comprender la vida en estos términos, en tanto algo que nos adviene desde otra parte, sólo continúa poniendo de manifiesto su invisibilidad, su inaprehensibilidad. ¿Cómo podemos finalmente tener acceso a ella?
Inaugurar la vida a cada instante re–descubriéndonos hijos
Que la vida advenga no significa que suceda exclusivamente en el “instante oscuro de nuestro nacimiento, sino también en cada instante inasible de nueva sobrevida”. 32 En otro de sus libros Marion dice sobre el nacimiento: “mi nacimiento incluso se presenta como un fenómeno privilegiado, ya que gran parte de mi vida se dedicó especialmente a reconstruirlo, atribuirle un sentido y responder a su llamado silencioso”.33 Desde que llegamos a la vida, ella misma implora ser acogida, ahora desde nosotros mismos. Que ella nos aprehenda, nos tome, significa que interpela, que llama de manera silenciosa a ser vivida, a que se encuentre un sentido, que se re–descubra en ella lo que nuestro nacimiento desconocido permitía y prometía. La vida llama, de este modo, a ser descubierta constantemente: “realizar mi nacimiento y, por ende, vivir esta vida desconocida y recibida, conduce al verdadero morir, y así, a no ponerle fin a la vida sin que antes se comprenda algo de ella”.34 Es decir, el primer llamado que la madre experimenta al encontrar en su carne otra carne que pide ser recibida y que luego es dada a luz se actualiza en la experiencia de la vida: una vida que implora ser acogida a cada instante. Por lo que la vida no solamente es recibida —por otros— sino también debe ser acogida —por nosotros—. En ambos momentos, la llamada de recibir y responder a la vida en la vida acontece con la misma radicalidad, porque acogiéndola se llega a re–descubrir esta dimensión relacional de la vida misma, que comenzó para nosotros siendo hijos.
En efecto, la experiencia de filiación es un vínculo que no se reduce exclusivamente a una cuestión biológica y visible, sino que, así como nos descubrimos a nosotros mismos en tanto hijos recibidos, podemos re–descubrir la vida en otros en tanto hijos acogidos. La vida se re–descubre a través de aquellas experiencias que ponen de relieve su carácter desconocido y recibido, sean experiencias ligadas a lo biológico —don recibido— o no —don dado nuevamente—. Por tanto, el nacimiento no es sólo un hecho biológico por el que venimos al mundo, ya que al ser el acontecimiento inaugural por el cual llegamos a la vida siendo hijos, tiene potencialidad de inaugurar, a cada instante, esta vida que nos engendra desde la experiencia de filiación.
Fuentes documentales
Canullo, Carla, “Le secret de la naissance”. Théophilyon, vol. 2022/27, 2022, pp. 257–278.
Canullo, Carla, Ser madre. Reflexiones de una joven filósofa, Sígueme, Madrid, 2015.
Lévinas, Emmanuel, “Un Dieu homme?”. Entre nous. Essais sur le penser– à–l’autre, Grasset, París, 1991.
Marion, Jean–Luc, “La vida, aquello que nunca se posee” en Roggero, Jorge, El rigor del corazón. La afectividad en la obra de Jean–Luc Marion, SB, Buenos Aires, 2022.
Marion, Jean–Luc, De surcroît. Études sur les phénomènes saturés, PUF, París, 2015.
1 Carla Canullo, Ser madre. Reflexiones de una joven filósofa, Sígueme, Madrid, 2015, p.7.
2 Idem.
3 Idem.
4 Jean–Luc Marion, “La vida, aquello que nunca se posee” en Jorge Roggero, El rigor del corazón. La afectividad en la obra de Jean–Luc Marion, SB, Buenos Aires, 2022, p.12.
5 Idem.
6 Ibidem, p.11.
7 Ibidem, p.12.
8 Idem.
9 Idem.
10 Idem.
11 Ibidem, p.13.
12 Idem.
13 Idem.
14 Idem.
15 Ibidem, p.14.
16 Carla Canullo, Ser madre, p.10.
17 Emmanuel Lévinas, “Un Dieu homme?”. Entre nous. Essais sur le penser– à–l’autre, Grasset, París, 1991, p.66.
18 Idem.
19 Carla Canullo, Ser madre, p.16.
20 Ibidem, p.41.
21 Carla Canullo, “Le secret de la naissance”. Théophilyon, vol. 2022/27, 2022, pp. 257–278.
22 Cfr. Ibidem, p.276.
23 Idem.
24 Ibidem, p.276.
25 Idem.
26 Jean–Luc Marion, La vida, aquello que nunca se posee, p.14.
27 Ibidem.
28 Idem.
29 Idem.
30 Idem.
31 Ibidem, p.16.
32 Idem.
33 Jean–Luc Marion, De surcroît. Études sur les phénomènes saturés, PUF, París, 2015, p.46.
34 Ibidem, p.16.