Metanoia | Núm. 3 | Dossier
¿La Tierra se mueve?
Does the Earth move?
Ignacio Enrique Charreton Kaplun*
Resumen. Charreton Kaplun, Ignacio Enrique. ¿La Tierra se mueve? El presente escrito es una exposición del manuscrito de Edmund Husserl La Tierra no se mueve. El manuscrito presenta el modo de aparición de la Tierra en nuestra experiencia originaria, por un lado, como el suelo que es condición de posibilidad de la moción de los cuerpos físicos y, por otro lado, como el arca originaria de la humanidad y de su historia. Para ello, comenzaré con una breve introducción del texto y de su tesis principal. Luego, tematizaré la motivación de Husserl para realizar una inversión de la teoría copernicana siguiendo la crítica a las ciencias positivas realizada en La crisis de las ciencias europeas. Después, expondré a grandes rasgos el contenido teórico del manuscrito y en qué sentido debe entenderse la no–movilidad de la Tierra. Finalmente, plantearé unas breves reflexiones surgidas a partir del texto.
Palabras clave:
Husserl, Tierra, arca originaria, intersubjetividad, humanidad.
Abstract. Charreton Kaplun, Ignacio Enrique. Does the Earth move? This article is an exposition of Edmund Husserl’s manuscript The Earth Does Not Move. The manuscript presents the way the Earth appears in our original experience, on the one hand, as the ground that is the condition of possibility for physical bodies to move and, on the other hand, as the original ark of humanity and its history. To this end, I will start out with a brief introduction to the text and its main thesis. Then I will discuss Husserl’s motivation for turning Copernican theory on its head following the critique of the positive sciences made in The Crisis of European Sciences. Next, I will give an overview of the manuscript’s theoretical content and how the non–mobility of the Earth is to be understood. Finally, I will offer brief reflections on the text.
Keywords:
Husserl, Earth, original ark, intersubjectivity, humanity.

Foto: Rharon, Depositphotos
* Estudiante de sexto semestre de la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso). Correo institucional: ignacio.charreton@iteso.mx
Introducción
La Tierra no se mueve es un manuscrito inédito de Edmund Husserl escrito en 1934. La siguiente leyenda fue escrita en el sobre en el que Husserl metió el manuscrito:
Inversión de la teoría copernicana según la interpreta la cosmovisión habitual. El arca originaria ‘Tierra’ no se mueve. Investigaciones básicas sobre el origen fenomenológico de la corporeidad, de la espacialidad de la Naturaleza en el sentido científiconatural primero.1
El texto fue publicado póstumamente en 1940, pero, para evitar lo polémico del título original el editor lo publicó con el de Investigaciones básicas sobre el origen fenomenológico de la espacialidad de la naturaleza.2 Este, aunque no es más que un fragmento de la leyenda original, no captura totalmente la radicalidad del verdadero objetivo de Husserl: efectuar una inversión de la teoría copernicana y mostrar que “todos nosotros, Copérnico incluido, no vemos originariamente la Tierra como un cuerpo”.3
La tesis principal del texto, como bien lo tituló Agustín Serrano en su traducción al español —no sin un poco de malicia—, es que la Tierra no se mueve; aunque para evitar juzgar anticipadamente a Husserl de geocentrista es más afortunada la tesis de la leyenda original: “el arca originaria ‘Tierra’ no se mueve”. El texto es, por un lado, una investigación concreta en el sentido más estrictamente fenomenológico: una tematización del modo original de aparecer de la Tierra en nuestra experiencia subjetiva e intersubjetiva, y, por el otro lado, es una crítica a la reducción copernicana de Tierra–suelo a mera Tierra–cuerpo.
Planteamiento de la crítica
A pesar de que para nosotros, copernicanos, la tesis de la no–movilidad de la Tierra parezca ridícula, en ningún momento Husserl pretende afirmar que la Tierra no se mueve en el sentido aristotélico–ptolemaico ni pretende negar la validez del conocimiento científico en general. Husserl, en tanto matemático y filósofo, era bien consciente de la validez de la ciencia: “La evidencia de sus producciones teoréticas y su indiscutible éxito duradero están fuera de la cuestión”.4 Por la misma razón, Husserl no niega que la teoría copernicana sea un mejor modelo astronómico respecto del modelo geocéntrico. Sin embargo, anticipando la crítica que realizaría dos años después en La crisis de las ciencias europeas, el problema de la ciencia no está en el contenido de sus producciones sino en “el alejamiento indiferente [de la ciencia] de las preguntas que son decisivas para una auténtica humanidad”.5 La ingenuidad científico–natural está “no tanto en su teoría, cuanto en la creencia de que su teoría da con la verdad absoluta […] del mundo”.6
La victoria de las ciencias positivas sobre la filosofía moderna omniabarcadora ocurre con la decapitación de la filosofía y el arrebato de la “verdad absoluta del mundo” a modo de trofeo. El corte final tuvo por verdugo a Galileo con la matematización de la naturaleza, aunque, previo a él, Copérnico ya había asestado un golpe crítico con la objetivación de la Tierra como Tierra–cuerpo. El resultado fue la erradicación de la subjetividad inherente a la Tierra en tanto arca originaria y su cosificación como mero cuerpo físico espacio–temporal. La Tierra, desde Copérnico y hasta el presente, es un cuerpo sin ningún tipo de privilegio frente al resto de cuerpos del cosmos: es un cuerpo entre cuerpos.
Por evidente de suyo pasa también el que la Tierra es solo uno entre los cuerpos contingentes del mundo, uno entre tantos, y rozaría el ridículo todo intento de creer después de Copérnico que la Tierra sea el centro del mundo ‘por el simple accidente de vivir nosotros en ella’, privilegiada incluso con un ‘reposo’ relativamente al cual se movería todo móvil.7
Desarrollo de la crítica de Husserl
Así, ¿cómo puede afirmar Husserl con total seriedad que la Tierra no se mueve cuando él mismo acepta que, al ser herederos de la tradición copernicana, sabemos de facto que la Tierra es un cuerpo móvil? Más aún, ¿cómo puede afirmar que la Tierra no se mueve cuando desde una actitud científica —que aún se encuentra en la actitud natural— su corporalidad y su moción son evidentes? Mientras que Husserl solo podía imaginarse la corporalidad y la moción de la Tierra como una totalidad percibida desde afuera a través de la fantasía,8 nosotros, contemporáneos, tenemos experiencia de primera mano e incontable evidencia al respecto. ¿Debería, pues, rechazarse la tesis de Husserl como absurda?
Debe entenderse que, como en toda investigación husserliana, la tesis del no–movimiento de la Tierra es el resultado de una reducción fenomenológica. Si retrocedemos un paso de la actitud natural y hacemos el esfuerzo de suspender el juicio sobre la corporalidad de la Tierra encontramos que en nuestra experiencia originaria más primitiva ella no se nos aparece como un cuerpo.
En la percepción, un cuerpo está situado en un lugar y se mueve o reposa. Cuando dirigimos nuestra atención a la Tierra nos damos cuenta de que su modo de aparecer no es similar al de la percepción de un cuerpo. La Tierra, tal y como la ‘vemos’ normalmente, no está situada en un lugar ni contiene un horizonte de movimiento o reposo.9
Pero si ella no nos aparece en la experiencia como un cuerpo, ¿cuál es su modo de aparecer originario? Según Husserl, “en la génesis experiencial de nuestra representación del mundo la Tierra [es] para nosotros el suelo de experiencia de todo cuerpo”.10 En nuestra experiencia intencional de los cuerpos espacio–temporales la Tierra sirve como el suelo que sostiene todos los cuerpos. Nosotros tenemos experiencia de cuerpos únicamente en la medida en que ellos están sobre algo, a saber, el suelo. La Tierra–suelo, la Tierra pre–científica y proto–experiencial cuya constitución no se limita todavía a ser mero cuerpo físico, es una de las condiciones trascendentales de la experiencia corporal: los cuerpos solo son experienciables si hay un suelo que les sirva de referencia. Además, los cuerpos físicos solo nos aparecen en la experiencia en movimiento o en reposo. Es imposible experienciar un cuerpo que ni se mueve ni reposa: su modo de aparecer es necesariamente en moción. En este sentido, solamente en relación con nuestro ámbito–suelo efectivo, la Tierra, es que los cuerpos pueden estar en movimiento o en reposo. Incluso si nos representásemos experienciando cuerpos en moción en otros ámbitos–suelo —por ejemplo, la Luna—, su movimiento o reposo solo sería comprensible en función de estar sobre ese suelo y de estar en relación con el suelo originariamente dado y sedimentado como suelo–condición.
Para ilustrar este punto es afortunada la semejanza entre las descripciones del ámbito–suelo husserliano y del espacio trascendental kantiano. Por un lado, según Kant, “jamás podemos representarnos la falta de espacio, aunque sí podemos muy bien pensar que no haya objetos en él”11 en la medida en que el espacio es condición trascendental de la aparición fenoménica de los cuerpos. Por el otro lado, para Husserl no es posible que los cuerpos se muevan o reposen si no es en relación con un ámbito–suelo porque ese ámbito–suelo es condición de posibilidad de la moción de los cuerpos. Por ello, así como no es posible representarse cuerpos sin espacio en Kant, tampoco es posible representarse cuerpos móviles sin un ámbito–suelo en Husserl. No obstante, la analogía termina a la inversa. Pues, aunque para Kant sí es posible representarse un espacio vacío sin cuerpos, para Husserl un ámbito–suelo sin cuerpos móviles sería un sinsentido en tanto que ese ámbito adquiere su carácter de suelo en relación con la moción de los cuerpos sobre él. Dicho de otro modo, tanto el ámbito–suelo es condición de la moción de los cuerpos, como la moción de los cuerpos es condición para el carácter de suelo del ámbito–suelo.
Siempre que nos representamos o experienciamos un cuerpo en movimiento o en reposo es en relación con un algo que de suyo no se mueve. Si el suelo se moviese entonces se movería en relación con algo más y ese algo más serviría a su vez de suelo. En este sentido, “en la figura originaria de la representación, la Tierra misma no se mueve y tampoco está en reposo”.12 Movimiento y reposo son modos de aparición de los cuerpos físicos, y como la Tierra no es un cuerpo, entonces sería un error categorial atribuirle movimiento o reposo (posteriormente con el modelo copernicano la Tierra–suelo se objetiva en Tierra–cuerpo y, en tanto cuerpo, adquiere moción en relación al espacio absoluto newtoniano que sustituye a la Tierra–suelo como el ámbito–suelo que sostiene todos los cuerpos. En otras palabras, el espacio newtoniano se convierte en la condición de posibilidad de la moción de todos los cuerpos, incluida la Tierra–cuerpo). La afirmación de Husserl sobre la no–movilidad de la Tierra no debe entenderse como que la Tierra es in–móvil, sino como que la Tierra es a–móvil —en un sentido trascendental determinado— en oposición a la movilidad e in–movilidad de los cuerpos.
Hasta este punto he presentado la Tierra–suelo únicamente en su aspecto subjetivo–relativo como el suelo de mi experiencia individual. Sin embargo, Husserl hace hincapié en que la Tierra, además de ser el ámbito–suelo de mi experiencia, es también el ámbito–suelo compartido por todos aquellos sujetos como yo con un cuerpo de carne y una experiencia semejante de la moción de los cuerpos. La Tierra, entendida intersubjetivamente, es el suelo compartido por la humanidad en su conjunto; es decir, es el ámbito–suelo compartido por todos los cuerpos de carne con experiencia de cuerpos físicos, incluidos los animales y demás seres experienciantes. ¿Cómo llegamos a la representación intersubjetiva de la Tierra–suelo? Solamente puedo representarme la Tierra como suelo compartido intersubjetivamente en la medida en que tome conciencia de la experiencia de la Tierra–suelo de los otros como yo. Para eso primero debo tomar conciencia de aquellos otros:
Los cuerpos de carne de otros sujetos son [para mí] cuerpos físicos en reposo o movimiento […], mas son cuerpos de carne con un ‘yo muevo’ en que el yo es ‘otro yo’, para el cual mi cuerpo de carne es cuerpo físico y para el cual todos los cuerpos exteriores que no son cuerpos de carne, son los mismos con que yo cuento.13
Cuando tomo conciencia de que todo sujeto tiene experiencia de cuerpos espacio–temporales en movimiento o reposo en relación con su Tierra–suelo a–móvil, y que esos cuerpos experienciados son los mismos cuerpos experienciados por mí y que esa Tierra–suelo es la misma Tierra–suelo debajo de mis pies, solo entonces me represento la Tierra como la “unidad sintética resultante”14 de la experiencia intersubjetiva en “un único campo de experiencia”.15 En cierto sentido, con la síntesis de los fragmentos experienciados efectiva o potencialmente por la totalidad de los cuerpos de carne, la Tierra se expande y abre nuevos horizontes de experiencia: “Cabe así que una pluralidad de ámbitos–suelo [individuales], de ámbitos en que se mora, se unifiquen en un ámbito–suelo”.16 Esto no quiere decir que al concebir la Tierra como la unidad sintética de la experiencia intersubjetiva ella se objetive en Tierra–cuerpo. En la medida en que la Tierra es el suelo de cada sujeto, ella mantiene su cualidad de suelo absoluto: “La Tierra […] es un todo cuyas partes —cuando se piensan por sí, fragmentadas o fragmentables […]— son cuerpos físicos, pero que como ‘todo’ no es cuerpo físico alguno”.17
Nótese que la representación de la Tierra como la unidad sintética de la experiencia intersubjetiva es una representación mucho más compleja que la Tierra de la pura experiencia originaria. La Tierra primero se constituye como suelo en su aspecto subjetivo–relativo —aspecto verificable en cada instante de la experiencia— y en un segundo momento se constituye sintéticamente como suelo intersubjetivo. Cabría preguntarse, a propósito de la intención de Husserl de efectuar una inversión de la teoría copernicana, ¿cómo pasamos de la Tierra como unidad sintética de la experiencia intersubjetiva a la concepción copernicana de la Tierra como mero cuerpo físico? Esta pregunta es mucho más compleja de lo que aparenta puesto que su respuesta implica un análisis histórico–hermenéutico muy similar al expuesto por Husserl en el parágrafo 9 de la Crisis. Por ello, no la responderé aquí con detalle, pero sí adelantaré que la objetivación de la Tierra como cuerpo físico es análoga, aunque cronológica y trascendentalmente anterior, a la matematización galileana de la naturaleza:
Los cuerpos del mundo empírico–intuido [incluida la Tierra] según la estructura del mundo que le pertenece a priori, están hechos de tal modo que cada cuerpo tiene siempre su extensión […] como propia, pero todas estas extensiones son formas de la extensión una, total, infinita del mundo. Como mundo, como configuración universal de todos los cuerpos, este tiene, pues, una forma total abarcadora de todas las formas, y en el modo analizado, ésta es idealizable y dominable mediante la construcción.18
Volviendo a la exposición, si nuestro estar sobre la Tierra es lo que le da su carácter de suelo, entonces si estuviésemos sobre otros ámbitos–suelo deberíamos poder considerarlos como otras Tierras en el sentido de que aquellos ámbitos servirían como el punto de referencia de la moción de los cuerpos espacio–temporales. Podríamos incluso representarnos a nosotros mismos experienciando la Tierra desde otro ámbito–suelo, imagínese desde la perspectiva de la Luna, como un cuerpo espacio–temporal que se mueve o reposa. De hecho, como mencioné anteriormente, nosotros como humanidad —pensando que la experiencia de la humanidad es universalmente compartida— ya tuvimos experiencia de primera mano de otros ámbitos–suelo, a saber, la Luna y las naves espaciales, y de facto hemos experienciado la Tierra como cuerpo físico. Aunque la Tierra, este astro concreto sobre el que estamos parados, sea fácticamente el ámbito–suelo de nuestra experiencia de los cuerpos, ello no constituye una necesidad eidética. Es perfectamente concebible que haya otros potenciales ámbitos–suelo, aunque de hecho la Tierra sea el único ámbito que efectivamente lo es.
¿Significa esto que puede haber múltiples Tierras que sirvan como piedras de toque para la experiencia subjetiva e intersubjetiva de cuerpos físicos? ¿Podría la Tierra efectiva, esta Tierra concreta, ser simplemente una Tierra–suelo entre otras potenciales Tierras–suelo? Husserl dirá, curiosamente, que no:
[…] tampoco cabría decir, por el hecho de que yo me imagine el pájaro a la altura que me plazca [o a cualquier sujeto experienciando otro ámbito–suelo], que él pueda experimentar la Tierra como un cuerpo físico más. ¿Por qué no? El pájaro y el aeroplano están en movimiento, para nosotros, hombres sobre la Tierra, para el propio pájaro, para los hombres en el aeroplano, en la medida en que aquel —y estos— tienen a la Tierra, en la experiencia, por el ‘cuerpo’ del que proceden en origen, por el ‘cuerpo físico’–suelo.19
Tanto si se piensa en su aspecto fenomenológico como suelo que sostiene los cuerpos móviles como si se piensa en su aspecto natural como cuerpo físico experienciable desde afuera, la Tierra bajo ninguna circunstancia puede ser experienciada “como un cuerpo físico más”. Es decir, incluso aunque experienciáramos la Tierra como cuerpo, incluso aunque estemos parados sobre la Luna y la veamos como un pequeño cuerpo a la distancia, la Tierra no puede perder su privilegio de punto cero o de punto absoluto de referencia. La Tierra, además de servir como suelo de mi experiencia, es también el cuerpo del que procedo en origen, es cuerpo–físico–suelo —que, por cierto, no me aparece como cuerpo hasta que la imagine como tal o hasta que la experiencíe directamente—. “Solo ‘el’ suelo de la Tierra, con su espacio circundante de cuerpos, puede hallarse constituido de manera originaria”.20 Solo el suelo de la Tierra efectiva, de esta Tierra bajo mis pies, sólo la Tierra–suelo puede ser morada o arca originaria. La Tierra se constituye como arca originaria justamente porque nosotros, la humanidad, la habitamos y le atribuimos un significado más allá de su ser mero suelo de la experiencia o su ser un cuerpo experienciable desde otro ámbito–suelo.21
La Tierra–suelo es mucho más que la suma de los fragmentos experienciados por los sujetos sobre ella: en parte porque mientras que sus fragmentos son cuerpos físicos, la Tierra no lo es y por tanto no tiene el mismo modo de aparecer que sus fragmentos; pero también porque su significación no se agota en su ser–suelo, sino que está constituida también por su ser–morada–originaria. La Tierra, siendo la morada originaria mía, de mi pueblo, de la humanidad y de todos los cuerpos de carne en general, se constituye a partir de nuestro desarrollo en ella: “Cada ámbito en que se mora posee su ‘historicidad’ a partir del yo que lo habita”.22 Si por arte de magia toda la humanidad apareciera en la Luna, en su aspecto puramente fenomenológico podríamos considerarla como Luna–suelo en tanto que la moción de los cuerpos solo tendría sentido respecto al suelo a–móvil de la Luna, pero ningún individuo o pueblo se atrevería a denominar ese suelo su morada originaria, su Tierra. Por más que en principio la Luna o cualquier otro ámbito podría servir de suelo, ningún ámbito–suelo podría constituirse como morada originaria del mismo modo que la Tierra porque carecería de historia y, más aún, carecería de humanidad —sin olvidar que esto no es más que un hecho: en otro mundo posible pudimos haber habitado la Luna y que ella poseyera humanidad e historia—;
[…] que la Tierra pierda el sentido de ‘ámbito que es morada originaria’, arca del mundo, es cosa que puede ocurrir en tan nula medida como que mi cuerpo pierda su sentido de ser enteramente único de ‘corporalidad primitiva’ de que toda corporalidad toma una parte de su sentido de ser.23
Reflexiones finales
Por más que el manuscrito de Husserl sea un texto disruptivo dentro de su obra, las conclusiones generales de su investigación son, a mi parecer, sumamente evidentes: cualquiera que sea ser humano, histórica y fácticamente, habita en la Tierra y no puede representarse otro ámbito–suelo que tenga la misma significación de origen. Se piense en su aspecto subjetivo–relativo o en su aspecto intersubjetivo–comunitario, la Tierra es siempre el punto de origen de la humanidad. Y por más que sepamos que el copernicanismo es verdadero en el sentido de que la Tierra de hecho es un cuerpo que experimenta moción del mismo modo que el resto de cuerpos del universo, lo máximo que podríamos conceder es que la Tierra es parcialmente corporal, pero no se reduce a ser solamente así.
El manuscrito de Husserl, intencionadamente o no, invita a tomar consciencia de la significación que la Tierra tiene para nosotros en tanto miembros de la humanidad, pero que es ocultada y desplazada por la perspectiva reduccionista de las ciencias positivas. Algo tan básico como pertenecer a un territorio, y que ese territorio tenga para mí y para mi pueblo la significación de punto cero, es inexplicable desde un punto de vista radicalmente positivista.
A través del cambio de ámbitos en que se mora —y siempre que ‘ámbito en que se mora’ conserve el sentido habitual de mi territorio, individual o familiar— permanece vigente en general el que cada yo tiene una morada originaria, y que ésta pertenece a cada pueblo originario, con su territorio originario. En último término, naturalmente, cada pueblo y su historicidad […] habita sobre la ‘Tierra’ y, en consonancia con ello, todos los desarrollos parciales, todas las historias relativas poseen una única historia originaria cuyos episodios son. Cabe, sin duda, que esta historia originaria sea una reunión de pueblos que viven y se desarrollan en completa separación unos respecto de otros, pero todos ellos se hallan […] en el horizonte abiertamente indeterminado del espacio terrestre.24
La Tierra, pues, es el resultado de la síntesis de los fragmentos experienciados por cada individuo y cada pueblo. Cada uno de estos fragmentos es por principio único e irrepetible: “La Tierra misma y nosotros los [seres humanos], yo y mi cuerpo, y yo en mi generación, en mi pueblo, etc., toda esta historicidad forma parte inseparable del ego y es por principio irrepetible”.25 ¿Cómo podemos entender en la contemporaneidad, nosotros, copernicanos tercos y arraigados, que cada individuo y cada pueblo experiencie su Tierra–suelo como siendo el punto de referencia absoluto del mundo? ¿Tenemos derecho a juzgar erróneas estas perspectivas monádicas bajo el estandarte copernicano según el cual ninguna experiencia, individual o comunitaria, es privilegiada? ¿Cómo podemos convivir en un mundo en donde otros individuos se saben a sí mismos y a su pueblo el centro del mundo y donde yo también me sé a mí mismo y a mi pueblo —mi familia, mi generación, etc.— el centro del mundo? Solamente en la medida en que entendamos que la experiencia de la Tierra–suelo de los otros como yo es la misma que mi experiencia de mi Tierra–suelo, y que tanto la experiencia de los demás como mi experiencia propia gozan de la misma validez, solo entonces comenzaremos a entender la humanidad como el conjunto radicalmente heterogéneo que es.
Fuentes documentales
Farber, Marvin, Philosophical essays in memory of Edmund Husserl, Harvard University Press, Massachusetts, 1940, pp. 307–325.
Himanka, Juha, “Husserl’s Argumentation for the Pre–Copernican View of the Earth”, The Review of Metaphysics, vol. lviii, No. 3, Vol. N° 231, Washington D. C., marzo de 2005, pp. 621–644.
Husserl, Edmund, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Prometeo, Buenos Aires, 2008.
________, La Tierra no se mueve, trad. Serrano de Haro, Agustín, Complutense, Madrid, 2006.
Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, trad. Pedro Ribas, Taurus, Madrid, 2012.
Kersten, Fred, “Introduction” en McCormick, Peter y A. Elliston, Frederick, Husserl: Shorter works, University of Notre Dame Press, Indiana, 1981, pp. 213–221.
Ralón de Walton, Graciela & Cladakis, Maximiliano, “El mundo natural como problema fenomenológico: La Tierra como suelo de la experiencia humana”, Revista Diferencias, año 4, No. 7, Buenos Aires, diciembre de 2018, pp. 36–45.
1 Edmund Husserl, La Tierra no se mueve, trad. Agustín Serrano de Haro, Complutense, Madrid, 2006, p.7.
2 Marvin Farber, Philosophical essays in memory of Edmund Husserl, Harvard University Press, Massachusetts, 1940, pp. 307–325.
3 Juha Himanka, “Husserl’s Argumentation for the Pre–Copernican View of the Earth”, The Review of Metaphysics, vol. lviii, No. 3, Vol. No. 231, marzo de 2005, p.633. Traducción personal.
4 Edmund Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Prometeo, Buenos Aires, 2008, p.48.
5 Ibidem, pp. 49–50.
6 Edmund Husserl, La Tierra no se mueve, p.48.
7 Idem.
8 No puedo evitar más que resaltar lo curiosamente vernesco —en relación con Julio Verne— de la exposición de Husserl, particularmente en las pp. 33–39 cuando se imagina cómo sería experienciar de primera mano la Tierra como cuerpo físico. Primero, Husserl se imagina en la perspectiva del pájaro que se eleva respecto de la Tierra y la experiencía como un cuerpo a lo lejos, “abajo”, pero siempre vuelve a ella en tanto que es su Tierra–suelo. Después, Husserl se imagina la perspectiva de una aeronave que lo eleva de tal modo que “yo podría […] volar tan alto que la Tierra me apareciese como una esfera” y que “yo pudiera recorrerla por todos lados y hacerme indirectamente una representación de [ella]” (p.38). Considérese que la primera imagen de la Tierra como esa “esfera pequeña” apareció en la década de los cincuenta y el primer humano que voló en una “aeronave espacial” lo hizo en 1961. Husserl, con su teoría de la empatía, se imaginó lo que pocos años después de hecho pudimos conocer de primera mano.
9 Juha Himanka, “Husserl’s Argumentation…”, p.633. Traducción personal.
10 Edmund Husserl, La Tierra no se mueve, pp. 11–12.
11 Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, trad. Pedro Ribas, Taurus, 2012, Madrid, p.68. (A24/B38–39).
12 Edmund Husserl, La Tierra no se mueve, p.13.
13 Ibidem, pp. 31–32.
14 Ibidem, p.10.
15 Idem.
16 Ibidem, p.41.
17 Ibidem, p.25.
18 Edmund Husserl, La crisis de las ciencias europeas…, p.77. (Cursivas del autor).
19 Edmund Husserl, La Tierra no se mueve, pp. 38–39. No debe pasarse por alto que al ser un manuscrito inédito (y, secundariamente, al ser un texto escrito en sus últimos años de vida) el texto en sí mismo no tiene la rigurosidad que caracteriza el resto de la obra intelectual de Husserl. Por ello, a través del texto, pero en particular en citas concretas como esta, se deja ver un cierto dramatismo muy poco propio de Husserl pero que, desde mi perspectiva, es vital para la exposición de la tesis misma.
20 Ibidem, p.41.
21 Una excelente representación gráfica de la idea planteada por Husserl es el poster There is no other home! del soviético Boris Rogachevsky. Véase https://art.bid/S1aB
22 Ibidem, p.43.
23 Ibidem, pp. 52–53. Es interesante pensar qué habría opinado Husserl si hubiese presenciado los avances científicos y tecnológicos actuales. En uno de los experimentos mentales del manuscrito plantea lo siguiente: “En el supuesto de que yo hubiera nacido en una nave, un periodo de mi desarrollo habría discurrido sobre ella, y para mí la nave no estaría caracterizada como tal, como nave en relación con la Tierra, sino que sería, […] mi ‘Tierra’, mi morada originaria” (p.43). Para él, esa situación era solo un juego de la fantasía; para nosotros, que nazcan seres humanos en naves espaciales u otros planetas es perfectamente concebible. Si para nosotros la Tierra todavía mantiene su privilegio de morada originaria en la medida en que la habitamos, ¿qué pasará cuando la humanidad colonice otros planetas y otros ámbitos–suelo adquieran carácter de morada originaria? ¿qué privilegio conservará?
24 Edmund Husserl, La Tierra no se mueve, pp. 43–44.
25 Ibidem, p.52.