Metanoia | Núm. 3 | Dossier
El cuerpo como espacio de resistencia
The Body as a Space of Resistance
Sara González Orozco*
Resumen. González Orozco, Sara. El cuerpo como espacio de resistencia. Este ensayo explora la posibilidad de colocar al cuerpo como espacio político a partir de una reivindicación epistémica, que supere dualismos que objetivan al cuerpo; para poder entenderlo como un espacio de resistencia abierto y relacional con el que podamos emanciparnos de estructuras hegemónicas.
Palabras clave:
cuerpo, materialidad, resistencia.
Abstract. González Orozco, Sara. The Body as a Space of Resistance. This essay explores the possibility of positing the body as a political space by making an epistemic assertion that overcomes the dualisms that objectify the body, in order to approach it as an open and relational space of resistance with which we can emancipate ourselves from hegemonic structures.
Keywords:
body, materiality, resistance.

Foto: RomanBen, Depositphotos
* Estudiante de sexto semestre de la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso). Correo institucional: sara.gonzalezo@iteso.mx
Quiero empezar este artículo desde algo que me duele. Un padecer es lo que me ha llevado hasta aquí: reconocerme mujer y que esto me sitúe en desventaja para entrar en un campo históricamente dominado por hombres, como lo es la filosofía. Cuantas veces lo analizo y trato de encontrar razones coherentes por las cuales pudiera existir esta desventaja histórica y social, vuelvo a enraizar el problema en la materialidad y el cuerpo como puntos centrales de la discusión. Por ello, escribo este ensayo alrededor de nuestra concepción del cuerpo y sus implicaciones sociopolíticas, buscando comprender cómo las ideologías se pueden expresar en la materialidad.
Mi análisis parte de reconocer al cuerpo tanto como un objeto de dominación como un espacio de resistencia. El cuerpo ha sido objetivado. Lo hemos entendido como algo que nos aprisiona; históricamente, no nos hemos concebido como siendo un cuerpo, sino como teniendo un cuerpo. Tradicionalmente, lo pensamos como un objeto y, como objeto, lo hemos descubierto dominado, colonizado o apropiado por cierta ideología. Considero que, para liberarlo, primero tendríamos que reconocer que no es un objeto, sino una instancia viva que se constituye como algo que afecta y es afectado, pero también como un espacio que se construye en relación con otros cuerpos.
Esta reflexión nace de comprender al cuerpo fuera de concepciones objetivantes. Además, es el resultado de la pregunta por el papel del cuerpo —o de la materialidad— dentro del ámbito político. Para ello, comienzo explicando cómo se ha configurado al cuerpo como objeto de dominación. Después, argumento sobre la posibilidad de entender al cuerpo como espacio de resistencia. Y, por último, señalo que es necesario repensar el cuerpo desde una reivindicación de la corporalidad para poder espaciar la resistencia ante hegemonías y estructuras dominantes.
El cuerpo como objeto de dominación
Históricamente, se ha pensado al cuerpo como objeto: ya sea como un organismo al que se puede analizar detalladamente para descubrir y describir su funcionamiento, como una herramienta que tenemos que cuidar, curar y someter para maximizar su funcionalidad o, incluso, como algo que nos ancla y delimita a un “mundo pasajero”. Sea cual sea la especificidad con la que nos acerquemos a la comprensión de este, nos encontramos constantemente sesgados por una visión objetivante. Cuando nos pensamos como seres humanos no nos pensamos como siendo cuerpo, al menos no exclusivamente, sino que nos pensamos como “atrapados” en un cuerpo.
Al decir que el cuerpo ha sido históricamente objetivado quiero decir que ha sido tratado como una cosa o un objeto inanimado; como algo que se puede manipular, someter o relegar sin más al dictamen de la mente o el espíritu desde múltiples disciplinas. Podríamos rastrear esta concepción a los inicios de la modernidad, particularmente a la filosofía cartesiana, cuando comenzamos a concebirlo como cuerpo–objeto.
Pues en efecto, frente a la identificación del yo con la sustancia pensante, el cuerpo adquiere un carácter de “resto” [...]. Así pues, el repliegue de la subjetividad a la sustancia pensante no solo despoja al cuerpo humano o propio de todo rasgo subjetivo o proyección intencional, sino que, además, al reducirlo a mero objeto o fragmento de materia lo iguala a cuerpo físico en general.1
Desde la filosofía moderna, el cuerpo o la materialidad2 han sido relegados a pensarse como secundarios respecto de la razón o el pensamiento. Así, el cuerpo ha sido estudiado y sometido a un detallado examen cual objeto enajenado a nuestra propia condición humana. Desde varios saberes como la biología, la psicología, la economía, la pedagogía e incluso la filosofía, se ha tomado al cuerpo como un ente examinable, alienándolo de nuestra experiencia humana y sometiéndolo a reproducir sistemas políticos y sociales. En este contexto, pensadores como Karl Marx y Michel Foucault se han servido del entendimiento del cuerpo como objeto para hablar de las hegemonías y estructuras de dominación que se le imponen a la corporalidad.
Marx señala que el cuerpo está subordinado al interior del sistema capitalista, es decir, está sometido a incorporar ideologías que lo condicionan a ser una herramienta. Desde este análisis, entendemos al cuerpo a partir de su utilidad como fuerza de trabajo. Lo identificamos como medio para producir capital y, con ello, reproducir ese sistema. Por ello vive reducido a una condición histórico–política que lo determina. Es curado, disciplinado y producido por las hegemonías que lo atraviesan.
Podría expresarse que la fuerza muscular entrenable del trabajador, su energía y resistencia transitaron a ser objetos de explotación capitalista; el cuerpo se apostó como un cuerpo objetivo, manipulable, dominable, una herramienta para la expansión del capital [...]. Consecuentemente, la regulación del cuerpo, su análisis escrupuloso, la medición y control de sus tiempos y movimientos en la acción motriz del trabajo posee hechos que van más allá de la simple función instrumental […].3
En este mismo orden de ideas, Foucault afirma que el saber en turno es el responsable de definir al cuerpo y que este es condicionado por los dispositivos del poder que responden a ese saber. Así, el cuerpo se estudia como algo que es por principio manipulable mediante saberes y tecnologías capaces de condicionarlo. El cuerpo objetivado es actualizable y vive sometido a condicionamientos históricos.
El cuerpo humano es, como sabemos, una fuerza de producción, pero el cuerpo no existe tal cual, como un artículo biológico o como un material. El cuerpo humano existe en y a través de un sistema político. El poder político proporciona cierto espacio al individuo: un espacio donde comportarse, donde adoptar una postura particular, sentarse de una determinada forma o trabajar continuamente.4
El cuerpo se encuentra dominado por tecnologías sutiles que lo estandarizan y lo definen. Además, es esclavizado por saberes que lo afectan y lo producen. El cuerpo es conquistado por condiciones histórico–sociales y, una vez sometido, reproduce esas condiciones. El sistema se alimenta de nosotros y nosotros nos alimentamos de él. Somos lo que el sistema quiere que seamos, pero al sistema también lo hacemos nosotros, cual círculo vicioso que subsume constantemente la agencia de los cuerpos a una estructura impuesta.
El cuerpo como espacio de resistencia
Ahora bien, el cuerpo no es pura pasividad, sino que también es actividad; no solo padece, también actúa. El cuerpo como espacio de resistencia es revelado como potencia y se construye en tensión con el cuerpo dominado. La resistencia proviene de nuestra capacidad para neutralizar o superar las estructuras impuestas. De ahí que, al pensar el cuerpo se muestre que tiene en realidad una naturaleza doble: puede entenderse como objeto de dominación o como espacio de resistencia. Ambas no son más que dos caras de la misma moneda.
El cuerpo como espacio de resistencia no es un cuerpo–objeto, es un espacio (abierto) que se va constituyendo —en gerundio—. No tenemos un cuerpo, sino que estamos siendo un cuerpo: esto es lo que da el espacio para resistir. El cuerpo no se reduce a ser ni pura actividad ni pura pasividad, más bien se constituye en su estar haciendo y padeciendo. ¿Cómo superar y resistir las ideologías que se nos imponen? ¿Cómo defendernos ante ideas que nos someten? Tomando espacios... El estar es una resistencia. Existir puede ser una forma de resistencia si se deja de pensar al cuerpo como un objeto meramente pasivo.
Intentaremos repensar la materialidad de los cuerpos para buscar allí un cierto modo de libertad, lo que significa también repensar el sentido de la libertad, que más que asociarse a un libre albedrío o a una razón o voluntad que decide, se va a asociar a un espacio, a una abertura del espacio que da lugar, por decirlo así, en los átomos, para su liberación. Se trata de poder pensar una materialidad abierta, que no esté encerrada en la determinación y la necesidad, o sea que no se agote en lo que modernamente hemos denominado “leyes de la naturaleza”. Se trata entonces de ensanchar el sentido de lo físico para que quepan en él una ética y una política sin que eso signifique la subordinación a una naturaleza que dicte la necesidad de las leyes y comportamientos.5
Pensar el cuerpo como espacio de resistencia no implica más que tomar posesión del espacio que nuestro cuerpo ya ocupa. Se trata de ser conscientes de que nuestro cuerpo, y por ello nuestro ser, está de hecho existiendo. Además, poner el cuerpo en el centro también debería implicar poner en el centro la acción, y no solamente la incorporación de ideologías. El cuerpo no es un objeto, sino un ente que necesita espacio. Al respecto, dice Valentina Bulo:
Los cuerpos no se definen, funcionan, se acoplan, se performativizan, hacen mundo; y en este sentido aquello que pasa entre un cuerpo y otro pesa más que uno y otro; es la relación la que determina los relatos, los cuerpos son relacionales y modales, se trata de los modos de cada vez de los cuerpos, unos con otros.6
El cuerpo entendido como espacio es estrictamente relacional, es decir, se configura en comunidad. Contrario al cuerpo meramente entendido como objeto que es enajenado de su mismo espacio, y con ello de su capacidad relacional.
Conclusión
Hemos construido al cuerpo desde lógicas dualistas que separan y someten la materialidad desde el pensamiento; lógicas provenientes de nuestra herencia moderna. Liberar al cuerpo de la cárcel del alma requiere en realidad una reconfiguración epistémica, es decir, un cambio en la manera en la que estudiamos y entendemos al cuerpo. Que el cuerpo se entienda políticamente como objeto o que se haya estudiado como objeto no lo hace tal. A pesar de entendernos como “dentro” de un cuerpo o aprisionados por él, en realidad son las ideas intelectualistas/racionalistas las que aprisionan al cuerpo.
Es necesario, pues, superar estos dualismos y reivindicar la materialidad frente a los intelectualismos, colonialismos o cualquier “ismo” que separe y subsuma al cuerpo al reino de la mente. Con esto, podemos empezar a constituir al cuerpo no como un cuerpo–objeto, sino como una entidad abierta con capacidad de agencia. Así, desde una reconfiguración epistémica podemos repensar las resistencias desde el cuerpo para crear nuevas formas de expresión de nuestras ideas. Las luchas y los movimientos sociales requieren del cuerpo: el cuerpo que es acción y no solo pasión, el cuerpo que somos y no solo tenemos, el cuerpo que existe y resiste. Por ello, tenemos que reivindicar la materialidad desde los saberes, entendiendo las implicaciones y el alcance político de tal reflexión.
En breves palabras, el cuerpo como espacio de resistencia es central en la reflexión sobre las luchas sociales y políticas. Pero poner el cuerpo en el centro no significa voltear el juego para entendernos ahora solamente desde una materialidad que actúa sobre toda teoría, sino entender que estas distinciones son ajenas a lo que en la realidad sucede. Reivindicar la materialidad es terminar con estos dualismos para entendernos como cuerpos intelectivos, sensitivos y volitivos, capaces de (re)configurar la realidad.
Así, el cuerpo entendido como espacio de resistencia se vuelve un elemento clave en las luchas políticas y sociales. Más allá del análisis de su sometimiento, podemos encontrar en él nuevas maneras de resistir a la estructura y crear nuevos saberes y tecnologías que nos emancipen de lo que tradicionalmente nos ha oprimido.
Fuentes documentales
Barrera Sánchez, Óscar, “El cuerpo en Marx, Bourdieu y Foucault”, Iberofórum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, Año VI, N° 11, enero–junio de 2011, pp. 121–137.
Bulo Vargas, Valentina, “Materialidad de los cuerpos y las formas desde el desvío”, Revista Latinoamericana del Colegio Internacional de Filosofía, Colegio Internacional de Filosofía, Chile, Nº 1, noviembre de 2016, pp. 33–43.
____________, Sobre el placer, Síntesis, Madrid, 2019.
____________, conferencia “Cuerpo y afectividad” en la V Semana de Filosofía del Departamento de Filosofía y Humanidades del iteso, Tlaquepaque, 12 de febrero de 2025.
Menacho, Mónica, “Cuerpo–objeto y cuerpo–sujeto en René Descartes”, V Jornadas de Sociología de la unlp, Universidad de La Plata, La Plata, 2008.
1 Mónica Menacho, “Cuerpo–objeto y cuerpo–sujeto en René Descartes”, v Jornadas de Sociología de la unlp, Universidad de La Plata, La Plata, 2008, p.2.
2 Tal como dice Valentina Bulo, “[e]ntenderemos aquí la materialidad como un carácter de los cuerpos, pero teniendo en claro que los cuerpos son un tipo de materialidad. No toda materialidad es corporal (como las partículas y las ondas), pero sí todo cuerpo es material. Llamamos comúnmente cosas materiales a un sistema de cualidades sensibles que coincide con lo que llamamos cuerpo, por eso, aunque aquí hablamos de la materialidad de los cuerpos, es necesario tener en claro que la materialidad es más amplia que los cuerpos”. Valentina Bulo, “Materialidad de los cuerpos y las formas desde el desvío”, Revista Latinoamericana del Colegio Internacional de Filosofía, Colegio Internacional de Filosofía, Chile, Nº 1, noviembre de 2016, p.40.
3 Óscar Barrera Sánchez, “El cuerpo en Marx, Bourdieu y Foucault”, Iberofórum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, Año VI, N° 11, enero–junio de 2011, p.126.
4 Ibidem, p.131.
5 Valentina Bulo, “Materialidad de los cuerpos...”, p.35.
6 Ibidem, p.36.